2 de septiembre de 2009

Anochecer

El sol se escondía, poco a poco, bajo esa manta de agua
que hacía parecer el horizonte infinito. Algunas nubes
vagaban sin rumbo por el cielo y las gaviotas cantaban
a los peces.

Los últimos y débiles rayos de sol le daban en la cara,
haciéndola parecer aún más pálida. Sentada en el
acantilado más alto el viento le acariciaba su rostro,
mientras hacía bailar su cabello y su vestido blanco.

Los pies le colgaban en dirección a donde las olas
se rompían contra esos muros de piedras, haciendo
que las rocas que descansaban en la orilla aparecieran
y desaparecieran al compás del baile de las olas.

Cerró los ojos mientras el último de los rayos de sol se
escondía para aparecer al día siguiente. De pie parecía
incluso mucho más esbelta y hermosa. Se acercó al
borde hasta que sus dedos quedaron al aire y saltó.

El aire le daba ahora con mucha más fuerza sobre su
rostro. Su vestido parecía bailar la danza de la marea
a la que se acercaba. Mantuvo los ojos abiertos disfrutando
mientras que desde el cielo la Luna le sonreía.

El trayecto se hizo tan corto que parecía no haber
saltado nunca. Las piedras se le antojaban más grandes
desde allí y la blanca espuma de las olas más hipnótica.
Y metros antes de caer abrió sus alas.

Sonrió y se alejó rozando la brisa con la yema de los
dedos. Sus blancas y adoradas alas se batían tan
despacio alejándola así de cualquier preocupación. Voló
hacia el horizonte un ángel que olvidaba sus problemas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario