10 de junio de 2013

Muchas lágrimas no caen al suelo.

Van apareciendo nuevas figuras cada vez que miro el techo de esta habitación que parece nueva, nuevos adornos decorando y tan diferentes los rayos de luz que entran por la ventana. Como si nunca antes hubiera estado allí, como si se rieran de mí por no haberlos mirando antes como los miraba ahora, en soledad. Nunca antes me había parado a pensar que desde que ya no tengo tus ojos para mirarlos, todo lo demás se ve muy diferente.
Me cuesta tanto levantarme que ya no sé si es porque la cama se hace grande o que los días que se acumulan me pesan.
El camino se hace más largo, los escaparates ya no son de colores y el café ya no sabe tan amargo como cuando tus labios hacían el día más dulce.
Sin fuerzas se mira el mundo desde un punto de vista que jamás había pensado ver. Desde el miedo y la incredulidad, desde la nostalgia y la asimilación. Porque se puede llorar sin dejar caer una lágrima, porque puede que el mayor miedo sea el de despertar y seguir teniendo miedo.
Y en vaivenes e inconstancias se superan los días como si fueran enormes metas, que poco a poco se irán haciendo más fáciles.




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