15 de noviembre de 2010

Mi alma está cansada de sentirse sola.


Entrecerró los ojos cuando me vio y se acercó. El corazón me latió tan fuerte que iba casi al par de la melodía que estaba tocando. Las manos me sudaron y a punto estuve de dejar caer el arco. Había pasado tanto tiempo que apenas la reconocí. Nunca creí volver a verla, y por lo que parecía ella tampoco.

Continué tocando para no desilusionar a la poca gente que a largo de la plaza todavía me escuchaba y porque esa era la única canción que había tocado durante años; la nuestra. Su cintura bailaba y mi cuerpo notaba la atracción que no se había perdido con el tiempo.
Era ella, seguía igual; hermosa y elegante. Su melena rizada le caía por los hombros formando bucles perfectos. Nuestra mirada estuvo entrelazada tanto tiempo que mis manos comenzaron a tocar solas.
Seguía enamorado, no importa el tiempo ni el daño, estaba dispuesto a perdonarla. El paso de los años había hecho nuestros corazones más fuertes y por fin llegó el momento esperado.
Terminó su pasarela a mis pies y noté que mis ojos temblaban. Quise dejar todo y decirle que aún la amaba. Nos miramos fijamente y cuando estaba a punto de decirle lo mucho que aún la quería, ella habló:
-Perdona, ¿puede tocar está canción? Hoy es nuestro aniversario- dijo entregándome una partitura y señalando a la vez al hombre que se posaba varios metros atrás.  Echó una moneda a la funda y se fue.
Dejé caer el brazo con el violín en la mano para ver como avanzaba hacía el hombre de la esquina el amor de mi vida. La mujer por la que ahora me encontraba vagabundo, tocando día tras día lo único que me quedaba tras su partida: la soledad.
Levanté el violín y llorando toqué el último deseo que me pidió para terminar yéndome y no volver a verla nunca más.

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