5 de febrero de 2011

Sentimientos revolucionarios.

Louis ya no sale de su habitación. No escucha música. No quiere escapar, le parece tedioso, y luchar desesperante.
Tumbado en su cama, solo piensa en ella. Como si la soledad de su lúgubre cuarto hiciera detener el tiempo. Ya no anochece. Ya no amanece. Siempre igual. El tiempo se detuvo en el momento en el que entró, e incluso imagina que si se mantiene ahí, solo, pensando, cuando salga nada habrá pasado. No está preso en su habitación, no son las paredes las que no lo dejan salir. Está preso de sus pensamientos, de su culpa, de sus sentimientos.
Lanzó la manta al igual que un aullido, e incorporado rompió a llorar, apoyado en sus rodillas. Las lágrimas cayeron al suelo, y como si de un mensaje se tratara, Louis las leyó perfectamente. No podía seguir así. La abominación y la rabia recorrieron juntas la habitación, tan fugaces. Se maldijo y la maldijo. Y la ira se apagó, el río volvió a su cauce, tras el último lamento y desgarro del corazón.
La puerta se cerró de un portazo. La luz volvía a sus ojos y el tiempo, lamentablemente, había pasado. Tiempo que no podría volver a recuperar. ¿O sí? Porque Louis estaba dispuesto a recuperarlo. Y, si volvían a turbarse sus sentimientos, no volver a perderlo.

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