18 de diciembre de 2010

Lucha interminable.

Se oye un grito desgarrador y un gran golpe. Sus ojos se abrieron de repente y la sangre no solo comenzó a brotar de la nariz, sino también de la boca, que salió en forma de dispersor como si huyera del interior, y chocó contra su contrincante. El gesto de dolor continuó, pero se tapó la boca y se repuso.
Parece que las apuestas están subiendo y todo el mundo espera ansioso el final de esta emocionante pelea. Todos menos yo, que miro desde las gradas, desesperada, deseando que acabe la tortura de un momento a otro.
Y, de repente, con la cara aún llena de sangre, veo como le devuelve el golpe, destrozándolo y haciéndolo caer contra el tatami.
-¡No! - grito llorando - por favor... parad...
Pero es imposible. Sé que es imposible detener a dos titanes enfrentados, dos rivales eternos y antiguos enemigos. El odio se nota en el rostro de ambos, es el ansia por destruir al rival. Nunca se sabe quién ganará o, simplemente, nunca se sabe si acabará.
Y así vivimos, viendo como continuamente luchan nuestro corazón y nuestro cerebro. Viendo como cambia nuestro destino con cada golpe que cada uno de ellos recibe y estando justo en medio. Entre la razón y el sentimiento. Entre la tranquilidad y el amor. Entre tú y yo.
Porque dejé un momento de escuchar el cerebro y el corazón acabo herido, presté más atención al corazón y el cerebro acabó dañado...
Depende de mí, solo de mí.


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