13 de enero de 2011

Dieciocho minutos.

Hay días en los que la nostalgia ahoga las penas, para después estas ser ahogadas por el desconsuelo, en los que me abrumo y me abruma la manera en la que miras. En los que mi corazón deplora, mi garganta se vuelve plomo y mis párpados líquidos. Y la mordacidad de la vida me oprime, me domina cuando apareces. Exiguos son los momentos en que esto pasa, efímeros e impredecibles. Pero me haces feliz. Solo tú conoces la forma de alegrar cualquier clase de día. Mas las dudas, dilemas, enigmas, disgustos, contratiempos e incertidumbres que ocasionas hacen este sentimiento fugaz. Dieciocho minutos. Tras este tiempo la pasajera alegría vuelve a desaparecer. Es el tiempo justo que tarda mi cerebro en darse cuenta que no te tengo, y en borrarse la sonrisa de mi rostro. Vuelve la apariencia triste y la vida monótona. Dieciocho minutos tardo en darme cuenta que aún te quiero.



No importa el tiempo que tarde en reaccionar mi corazón, MI TIEMPO ES TUYO.

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